Al crecer, viví las dolorosas realidades de los patrones generacionales en mi familia. Mi padre, el menor de catorce hijos, creció rodeado de violencia y adicción, lo que lo llevó por un camino similar de abuso de alcohol y drogas. Mi madre, que perdió a su padre a la edad de catorce años y tuvo que cuidar a sus hermanos menores, también recurrió al alcohol. Ambos lados de mi familia veían la ayuda financiera como préstamos en lugar de regalos, lo que creó un ciclo de deuda y obligación que me propuse romper.
A los seis años ya trabajaba en el negocio familiar. Vi cosas que ningún niño debería ver: los arrebatos violentos de mi padre cuando no tenía alcohol ni drogas, y los intentos de mi madre de mantener la paz facilitándole las cosas. Incluso me enviaba a comprarle sus drogas, aterrorizada por lo que pudiera hacer si volvía a casa con las manos vacías.
Un patrón que se destacó fue que en mi familia todo era transaccional. Mis padres nunca recibieron ayuda genuina de sus propios padres, y me transmitieron esa mentalidad. Cuando me casé, todavía le debía dinero a mi madre por un auto que me “compró” cuando era adolescente. No era un regalo, era una deuda que tenía que saldar.
Las cosas empeoraron cuando mis padres vendieron el negocio familiar, se quedaron con todas las ganancias y me dejaron sin nada. Me sentí abandonada, un patrón que ellos también habían experimentado en sus propias vidas.
Pero creo que tenemos el poder de romper estas maldiciones generacionales. Para mí, no se trata solo de finanzas o adicción: se trata de romper el ciclo de violencia doméstica y esforzarme por ser el mejor esposo y padre que pueda ser.
Sé que el ejemplo que les doy a mis hijos determinará cómo ven las relaciones cuando crezcan. Si quiero que mis hijos se conviertan en esposos y padres cariñosos, tienen que ver ese ejemplo en mí. Por eso me esfuerzo todos los días por hacer que mi esposa se sienta especial, amada y valorada. Quiero que sepa que es mi prioridad y quiero que mis hijos crezcan en un hogar donde el amor y el afecto sean normales, no raros ni condicionales.
Otro círculo vicioso que estoy rompiendo es la idea de que todo tiene que ser una transacción financiera. En muchas familias, especialmente en la comunidad hispana, los padres envejecen pensando que sus hijos les deben todo: una compensación por haberlos criado o haberles proporcionado lo que necesitan. Pero no creo que así deba ser. Quiero que mis hijos sepan que todo lo que hago por ellos viene del corazón, sin ninguna expectativa de recibir una compensación.
Si tengo la capacidad de darles algo, quiero que sea una entrega gratuita, como un gesto de amor y apoyo, no como una transacción o con condiciones. Ser padre significa dar incondicionalmente, no llevar una cuenta. Quiero que mis hijos se sientan apoyados, amados y capacitados para tener éxito sin el peso de la culpa o la obligación que pesa sobre ellos.
Este viaje ha sido duro, pero me ha enseñado que reconocer los patrones de nuestra vida es el primer paso para romperlos. No tenemos por qué repetir los ciclos de dolor, obligación o amor condicional. Podemos elegir actuar de manera diferente para crear un futuro mejor para nosotros y para las generaciones venideras.
Si estás leyendo esto y te sientes atrapado en una situación similar, debes saber que tienes el poder de reescribir tu historia. No es fácil, pero vale la pena.
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